Prólogo de Fernando Ortega Barriuso
«La luna menguante le miraba, guiñándole un ojo –pensaba-, de complicidad. La noche era bella, la torre del castillo le parecía respaldar en esa aventura, su mismo apellido, Aguilera, le parecía que le predestinaba a conseguir esa aventura, pensada durante seis interminables años».